la que va después de la que va después del 11

Seguí con mi tarea, y tras sanear las paredes de la cocina me dispuse a hacer lo propio con los azulejos del cuarto de baño, por dios, aquellos cabrones estaban pegados a conciencia. Eran una imitación del gresite, algo moderno y funcional, una solución barata para los solteros de hoy. Comencé a darles golpecitos con el manillar pero el cemento cola saltaba de las juntas costosamente, entonces recordé algo, me vino la imagen de dos jóvenes albañiles trabajando hasta altas horas de la madrugada poniendo los azulejos que yo ahora intentaba arrancar y extendiendo con llana una mezcla de plimacolor por todos los huecos. No sabía qué tenía que ver esa imagen con todo esto, pero al menos era un recuerdo. Creo que todo acabaría arreglándose. 

Sonó el timbre, será la policía otra vez, pensé, puto viejo de los cojones, pues no voy a renunciar a ningún trozo de cemento, ya me han quitado la pastilla de jabón. Abrí la puerta con brusquedad, qué cojones... pero no era la policía
-Buenas noches, perdone que le moleste, soy el vecino del otro bloque, son más de las 12 de la noche y con el jaleo que está usted armando en el baño, mi hija que tiene un añito y está enferma no puede dormir y no deja de llorar ¿podría hacer menos ruido?

No salía de mi asombro, ¿ya eran más de las 12? El tiempo volaba sin darme cuenta, creo que el cemento cola alteraba mi percepción del espacio-tiempo de algún modo, habría jurad que eran las 4 o las 5 de la tarde de un miércoles de verano.

-¿Cómo que son más de las 12 de la noche? ¿está usted seguro?
-Sí, llevo horas intentando que la niña duerma siquiera unos minutos, pero no hay manera, hace usted mucho ruido
-Ya, bueno, verá, es que tengo un ligero problema de memoria, no logro recordar nada de las últimas tres semanas y ahora he empezado a sanear un poco este piso vacío, los azulejos, ¿entiende? los azulejos, esa es la clave, tengo que quitarlos todos, sólo entonces, tal vez...
-Ya, claro, pero por favor
-Mire, mire, pase un momento, verá cómo está quedando todo, además, yo estoy en mi casa y hago el ruido que me sale de los cojones
- Pues si mantiene esta actitud tendré que llamar a la policía.
-Joder con la policía, joder, joder, vamos a ver, que no, que ya me he quedado sin mi pastilla de jabón, no pienso renunciar también a los fragmentos de cemento cola.
El vecino, que por cierto tenía unas ojeras hasta la barbilla e iba en pijama y con gorrito de lana y zapatillas a cuadros del todo a un euro, levantó la vista al techo del descansillo, un techo horrible de gotelé blanco y verde pistacho.
-De verdad, por el amor de dios, no quiero tener que llamar a la policía, sólo le pido que haga usted el favor de hacer menos ruido, sólo eso.
-Ande, ande, me ha caído usted bien, tome, pruebe esto -le ofrecí un pequeño trozo de mi mejor cemento cola, justo el que arranqué de la toma de agua del lavavajillas- verá como después se siente usted mejor.
-¿Qué es esto?
-Ya verá, usted pruébelo
-No sé si...
No entendía a qué mierdas venía la cara de asco del vecino
-Joder, que lo pruebe cojones!
-De verdad, no es necesario, yo sólo quiero que deje de armar jaleo
El vecino ojeroso y maricón apartó mi mano de su boca y se retiró un par de metros
-¿Rechaza usted mi mejor cemento cola? ¿eh? ¿eh?
No sé que me pasó entonces, todo se confunde, sólo recuerdo a los mismos albañiles de antes, ahora meando en un montón de escombros sobre las baldosas de lo que un día fue el salón de mi casa, luego un vecino, en pijama, al que obligaba a base de golpes y patadas a comer cemento mientras gritaba ¡menos ruido, menos ruido! pero el muy cabrón estropeó todo el sabor del cemento al mezclarlo con su sangre y el esmalte roto de sus dientes.