Literatura de cañón

Arturo, un platónico. Y Danilo, un aristotélico. ¡Coño, aquí hace falta un buen nihilista! Pero aún no, todo a su tiempo. Ahora me imagino a un joven Aristóteles sentado en una piedra mientras escucha concentrado a Platón. De repente, no pudiendo contener más su frustración, pega un salto y le estepa a su maestro: “¡No, no, no y no…! Pero qué coño de Ideas ni qué niño muerto. Yo no veo las Ideas por ninguna parte. Lo que yo veo son cosas, realidades como un gran ojo del culo.” Y Platón que se tambalea sentado en su triángulo rectángulo a punto de darle un pasmo. “Y me cago en el símil de la línea y en su puta madre. ¿Qué clase de escritura mitológica es ésa? Escribir sobre lo universal es escribir sobre aquello que tienes a mano, sobre la dura realidad, sobre lo que hace ¡pum, pum! cuando lo golpeas con rabia para que se aparte de tu camino. No hay ideas si no las hay en las cosas, por eso lo particular es lo más universal que existe en el mundo. ¡Que le den a la pureza universal!” ¿Limitarse a reflejar las cosas que son, no cómo conocerlas? (Ya viene el nihilista…) La realidad es lo que tienen en común cada uno de los reflejos del callejón del gato. Y cómo vamos a saber cuál es su común denominador si cada uno de nosotros no somos más que un miserable espejo deformado. ¡No podemos saberlo! Lo que te pica es una carta de vidente, Danilo, porque en realidad no eres un aristotélico, lo que tú eres en realidad es un Rimbaud con un chute de ketamina. Tú eres otro que tú mismo. Alcanzas lo desconocido que hay en ti por medio del desarreglo de todos tus sentidos, eres la madera que se descubre violín emitiendo una melodía quién sabe con qué significado. Y esa melodía es una mera cosa. ¿Tus poemas no eran cosas que simplemente son, que se quedan ahí y el resto lo ponen los demás? Pues éso. Eres un originador de sentido, el big-bang que se desentiende de sus efectos colaterales. Que esos efectos se las arreglen como puedan. No hay una única manera de sentir, hay tantas formas de sentir como transvaloraciones posibles, como ojos hay en la naturaleza virgen. ¿Y cómo vamos a saber cuál es la forma correcta de sentir? A no ser que se sea un esteta trascendental, otra vez no podemos saberlo. ¡Pero podemos sentirlo! (Aquí vuelve el platónico.) Yo no soy un hombre que salte con Octavio Paz (bueno, excepto con Piedra de sol), yo soy un hombre que salta gracias a la fe, que sabe cuál es la forma de sentir correcta porque la siente. Y que valga la redundancia, me cago en la puta. ¿Te digo qué es la realidad? Pues te lo digo, joder. La realidad es el dolor de un niño. Si ni siquiera somos capaces de ponernos de acuerdo en el dolor de un niño, entonces todo valdría lo mismo y todos nos convertiríamos en Saturnos devorándonos a nosotros mismos. Pero, desgraciadamente, no hay pruebas de nada de ésto. Por eso hay que dar un salto de fe, como Indiana Jones en La última cruzada. Te pones la mano en el pecho, cierras los ojos y das un paso hacia el abismo. ¡Qué va, qué va, qué va…, yo leo a Kierkegaard! Y de repente, allí aparece el suelo, lo desconocido que sólo se le da a conocer al “fe-yente”, aunque esa palabra carezca de existencia… ¿Que qué es la realidad? ¡¿Que qué es la realidad?! Joder, pues claro que te explicas, coño. Si estoy de acuerdo contigo. Aquí no hay tensó que valga. La realidad es Céline con una sobredosis de signos de exclamación. La realidad son cañonazos de ruido y literatura que no significan nada. La realidad es J. D. Salinger acumulando novelas en una caja fuerte con la última voluntad de quemarlas cuando muera. La realidad es la pelusa del ombligo que recurres a quitarte cuando ya no puedes más de aburrimiento. La realidad es el dolor sordo de la existencia, o lo que es peor, el estridente dolor de la supervivencia. La realidad es todo eso y muchas otras cosas, pero a veces —aunque sólo a veces—, la realidad también puede llegar a ser el simple hecho de dar un paseo con un amigo por el barrio de Charlottenlund (Copenhague, Dinamarca) mientras te comes un helado que se te desparrama por la mano. Y perdón por las pedanterías, joder.

2 comentarios:

Dudarazonable dijo...

La realidad que yo veo, es un par de monstruos divagando en temas-bucle, sin visos de solución alguna

Sr. Kander dijo...

Somo una espejo deformado, pero literato, no miserable. La realidad es que la tarea de observar las sombras de un callejón a través de un espejo deformado es posible. Tu lo has dicho fantástico en el texto "TÚ ERES OTRO QUE TÚ MISMO"