Literatura y realidad (o lo que me pica)

La literatura. Escucho a Vivaldi, ya no escribo con la tele encendida, no lo necesito, desde que tomo un inhibidor de la recaptación de la serotonina la tele me la trae floja. La literatura. Dicen que la literatura no nos muestra la realidad, sino que nos enseña a conocer la realidad. Cómo conocer. Cómo acercarnos, cómo dar el salto. El hombre del salto. Soy un hombre que salta gracias a Octavio Paz. Literato Morboso, dime. Yo me acerco a la realidad a través de la realidad misma, me sorprenden las cosas que me rodean y que me obligan a cuestionar mi existencia, mi culo sobre la silla, mis pies descalzos sobre la madera. Cuando escribo no sé lo que hago. No me planteo conocer la realidad, me planteo cuestionarme a mí mismo. La literatura es eso que me hace cuestionarme, y cuando escribo procuro cuestionarme algo más. Escribo sobre lo que soy, sobre cómo me veo, tal vez me limito a reflejar las cosas que son, no cómo conocerlas, sin embargo al escribirme a mí me ayudo a conocerme. Yo no soy único. Yo soy tú. Cuando hablo de mí hablo de ti. He ahí la literatura universal. Una vez, sentado en el café Jamaica de Parla, Alguien que sea yo me dijo “voy a escribir un libro acerca del amor universal, poemas en los que hable del amor universal”. Desde entonces me planteo eso de “universal”. Yo pensaba, jo, qué difícil, qué bueno el tío este, yo sólo escribo para follar con chicas. Ahora lo sé. Escribir sobre lo universal es escribir sobre aquello que tienes a mano, sobre los carteles de oferta del supermercado, un kilo de carne, fruta, verdura, huevos, latas de atún claro Calvo. Lo universal es lo que hace que no puedas conciliar el sueño por la noche, no el miedo, no el dolor, hablo del auricular del iPod que se te clava en la espalda, hablo de la servilleta de papel arrugada dentro del plato, de las esquinas del salón llenas de mierda, lo universal es lo menos universal. Yo soy tú, las gilipolleces son lo absoluto, llegar al conocimiento de la realidad es aprender a fregar bien las cacerolas, comprar Calgonit, contar los pasos que hay desde la casa de Arturo hasta la casa de Manolo cuando tienes 19 años. La realidad no es un atardecer, no es el firmamento, no es el horizonte. La realidad no es el amor, no es la injusticia, la realidad no es el Everest ni unas vacaciones alrededor del mundo, no, la realidad es un padrastro en el dedo índice, ver a alguien a lo lejos que se parece a alguien, la cantimplora casi sin agua. No sé si me explico. La realidad es lo que llevas dentro. Mi realidad, ahora mismo, es el concerto in A minor RV356 y una pomada para las hemorroides.


2 comentarios:

Sr. Kander dijo...

Sólo hay un problema. Quizá lo "universal" sí sea aquello que nombras, describes, te rodea, e incide en ti. Lo bueno que además es poético (desde la perspectiva que ahora entendemos la poesía. Pero lo "universal" está en encontrar todas esas cosas que dices que "son", que te hacen no dormir y que en realidad ocupan un pequeño espacio en tú día a día hasta configurarlo por completo, y una vez encontradas, todos los días encuentras algunas, plasmarlas en poesía para que todo el mundo te entienda. Para que tu calgonit sea el calgonit de la humanidad entera, y tu padrastro sea un padrasto único y ya nombrado para siempre. Esto es, la imagen visionaria. Yo no sé hacerlo, tuve voluntad y la tengo, pero hago lo que tú, me limito a descomponer lo universal en retazos y cosas para mi, con cierta gracia quizá. Mientras lo hago, alguien me roba la cartera y se ríe en mi cara de mis gilipolleces.

Alleda Vodienova dijo...

Me encantó